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Wednesday, June 20, 2012

JESÚS ENCUENTRA A DIOS EN EL DESIERTO

Una mañana, cuando Jesús ya tenía como sus treinta años, se levantó antes que los otros pescadores, y se dirigió al desierto. Sentía una fuerza que lo atraía, y estaba seguro que de ese mismo día, dependía su furturo. Al llegar allí, se encontró con un hombre de apariencia senil sentado en una piedra. Aquél hombre era el Señor. Era un hombre alto y viejo, con la barba destendida en el pecho, el pelo largo y suelto, la cara ancha y fuerte, el bigote espeso, que hablará sin que los labios parezcan que se mueven. Va vestido como un judío rico, con una túnica bordada de oro. Jesús se sentó en otra piedra que estaba al frente del Señor, y le dijo:
   --Aquí estoy.
   Sin ninguna prisa, Dios compuso el vuelo de su túnica sobre las rodillas y le dijo:
   --Aquí estamos.
   Por el tono de voz diríamos que había sonreido, pero la boca no se movió.
   --He venido a saber quién soy y qué voy a tener que hacer de ahora en adelante sometiéndome a tu voluntad -dijo Jesús.
   --Son dos cuestiones, vayamos por partes, ¿por cuál quieres empezar? -pregúnto Dios.
   --Por la primera, ¿Quién soy? -dijo Jesús.
   --¿No lo sabes?
   --Creí que era hijo de mi padre.
   --¿A qué padre te refieres?
   --A mi padre, el carpintero José, hijo de Helí, o de Jacob, no sé muy bien.
   --¿El que murió crucificado?
   --No pensé que hubiera otro.
   --Fue un trágico error de los romanos. Ese padre murió inocente y sin culpa.
   --Has dicho "ese padre", eso quiere decir que hay otro.
   --Me gusta tu inteligencia.
   --En este caso no me sirvió la inteligencia, lo oí de la boca del diablo.
   --¿Andas con el diablo?
   --No, fue cuando expulsé la legión del gadareno.
   --¿Y qué fue lo que oíste de su boca?
   --Que soy hijo tuyo.
   Dios sólo asintió con la cabeza, y dijo:
   --Sí.
   --¡Y cómo puede ser un hombre hijo de Dios, si eres hijo de Dios no eres hombre! -replicó Jesús.
   --Esa es la segunda cuestión -dijo Dios-. Pero tenemos tiempo. ¿Qué le respondiste al diablo cuando te dijo que eras mi hijo? -interrogó Dios.
   --Nada, simplemente lo expulsé del hombre que andaba atormentando, se llamaba "Legión", pues eran muchos.
   --¿Dónde están ahora esos demonios?
   --No lo sé.
   --Dijiste que los expulsaste.
   --Claro que sabes más que yo que cuando se expulsan demonios no se sabe adónde van.
   --¿Y por qué tengo que saber yo los asuntos del diablo?
   --Siendo Dios, tienes que saberlo todo. Y si sabes todo, me gustaría que me dijeras por qué soy tu hijo, y para qué.
   --Veo que estás más despierto que cuando te vi en el templo conversando con los maestros de la ley.
   --En ese tiempo era tan sólo un muchacho, ahora soy un hombre.
   --¿No tienes miedo?
   --No.
   --Lo tendrás, tranquilo, el miedo le llega siempre hasta a un hijo de Dios.
   --¿Tienes otros?
   --¿Otros qué?
   --Otros hijos.
   --Sólo necesitaba uno.
   --¿Y cómo llegué a ser tu hijo?
   --Yo mezclé mi simiente con la de tu papá antes de que fueras concebido.
   --Y estando las simientes mezcladas, ¿cómo puedes saber si soy tu hijo o no?
   --Es verdad que en estos casos no se puede mostrar una seguridad, pero yo la tengo, de algo me sirve ser Dios.
   --Y ¿por qué has querido tener un hijo?
   --Porque necesitaba a alguien aquí en la tierra para que me ayudara.
   --Como Dios que eres no deberías necesitar ayuda.
   --Esa es la segunda cuestión de la que vamos a hablar ahora. Y Dios prosiguió: Desde hace cuatro mil y cuatro años (40-04), soy Dios de los judíos; por tantos años me han ofrecido holocaustos y sacrificios, de lo cual no me quejo.
   --Por lo tanto, estás satisfecho.
   --Lo estoy y no lo estoy. Por tanto que los he venido guiando a través de tantos años, sigo siendo el Dios de un pueblo pequeñísimo que vive en una parte diminuta del mundo. Y Dios prosiguió: Dime tú, hijo mío, si puedo estar satisfecho.
   --Yo no te puedo decir, yo no he creado ningún mundo.
   --Es verdad, pero sí me puedes ayudar.
   --¿Ayudar a qué?
   --A ampliar mi influencia para llegar a ser un Dios de mucha más gente.
   --No entiendo.
   --O sea, que si cumples bien el papel que te he reservado en mi plan, pasaré a ser Dios de los que llamaremos "católicos", y así no solamente de los judíos, ¿me explico?
   --Y ¿cuál es ese papel?
   --El de mártir, hijo mío, el de víctima.
   Las palabras "mártir" y "víctima" salieron de la boca de Dios como que su lengua fuera hecha de leche y miel. Los brazos y las piernas de Jesús se quedaron frizados de horror, y dijo:
   --¿Y qué recibiré a cambio?
   Esto no lo pronunció muy bien porque los labios le temblaban de miedo.
   --Te daré el "poder" y la "gloria" -dijo Dios-. Pero eso sí, primero tienes que entregarme tu vida.
   --¿Y de qué me sirve poder y gloria si estoy nuerto? -preguntó Jesús un poco confundido.
   --Es que no estarás completamente muerto -contestó el Señor-, pues siendo tú mi hijo estarás conmigo o en mí, no lo tengo muy decidido todavía.
   --En ese sentido que tu dices, ¿qué es no estar muerto?
   --Es como... ver siempre como te alaban en templos y altares. Ah, y hasta te lo puedo anticipar desde ahora que las personas del futuro hasta se olvidarán un poco del Dios inicial que soy, y eso tenlo por seguro.
   --Y mi muerte ¿cómo será?
   --A un mártir, hijo mío, le conviene una muerte dolorosa, y si es posible que lo avergüensen ante el público para que los sentimientos del creyente se vuelvan más sensibles, apasionantes.
   --No vengas con tantos rodeos, dime ¿cuál va a ser mi muerte?
   --Dolorosa, vergonzoza, en la cruz.
   --Así como la de mi padre.
   --¿Cuál padre? Tu padre soy yo, no lo olvides.
   --Está bien, acepto. Pero eso sí, me niego a hacer milagros, y sin milagros tu proyecto no es nada.
   --Tuvieras razón si estuviera en tus manos lo de hacer milagros o no.
   --Quiere decir que todos los milagros son tuyos.
   --Sí, los que has hecho hasta ahora y los que harás. Te daré un ejemplo, pero es sólo un ejemplo: digamos que vas por el mundo diciendo que no eres hijo de Dios, lo que yo haría es, hacer, por dondequiera que vayas, tantos y tan grandes milagros que no tendrías más remedio que rendirte ante aquellos que te estuvieran agradeciendo.
   --Entonces no tengo salida.
   --Ninguna. Y no hagas como el cordero rebelde que no quiere ir al sacrificio, que gime y se agita hasta romper el corazón de su amo, pero su destino está escrito, el sacrificador lo espera ya con el cuchillo en mano.
   --Yo soy ese cordero.
   --Tú lo has dicho. Lo que tú eres hijo mío es "el cordero de Dios"; aquél a quien el propio Dios lleva hasta el altar, que es lo que estamos preparando aquí.
   --De ahora en adelante -dijo Jesús- comunicaré a los hombres que soy tu hijo, el unigénito, pero eso no creo que sea suficiente para agrandar "el govierno" que tú quieres.
   Y Dios, como quien da una lección, dijo:
   --Hijo, todo hombre, sea quien sea, haga lo que haga, es un pecador, el "pecado" es inseparable del hombre; es como una moneda, le das vuelta y ves el pecado. Estonces sólo tienes que decirles "arrepiéntanse, arrepiéntanse, arrepiéntanse", y eso es todo.
   --Sólo por eso no necesitarías sacrificar la vida de aquél que dices ser padre, basta con que hicieras aparecer a un profeta.
   --Ya pasó el tiempo en que escuchaban a los profetas, ahora necesitamos a alguien fuerte, capaz de arrebatar los sentimientos.
   --¿Y qué más le diré a la gente además de exigirles un dudoso arrepentimiento, si, hartos de lo que me dices que les diga, me dan la espalda?
   --Sí, yo creo que con eso no es suficiente. Yo creo que también tendrás que usar tu imaginación: trata de envolver a la gente en dudas, incúlcales que si no logran entender la culpa es de ellos.
   --¿Tengo que contarles historias?
   --Sí, historias, parábolas, ejemplos morales, aunque tengas que retorcer un poco la ley.
   --Moriré en la cruz, dijiste.
   --Eso es mi voluntad.
   Jesús dejó caer los hombros y dijo:
   --Hágase entonces en mí según tu voluntad.
   En ese momento Dios ya iba a felicitarse, a levantarse para abrazar al hijo amado. Cuando un gesto de Jesús lo detuvo, y éste le dijo:
   --Con una condición.
   --Bien sabes que no puedes poner condiciones.
   --Bueno, llamémosle, como un ruego de un condenado a muerte.
   --A ver, di.
   --Tú eres Dios y respondes con la verdad, mas sabes el pasado y el futuro.
   --Así es: Yo soy el tiempo, la verdad, y la vida.
   --Entonces si eres todo eso, dime ¿cómo será el futuro?, o ¿qué habrá en él que no habría si yo no hubiera aceptado sacrificarme a tu satisfacción?
   Dios hizo un gesto de enojo, como quien acaba de verse preso por una red creada por sus propias palabras.
   --Mira, hijo mío, el futuro es enorme, el futuro sería muy largo de explicar.
   --¿Cuánto tiempo llevamos ya aquí en el desierto?: ¿un día, un mes, o un año? Entonces continuemos un año, un mes, u otro día. Vamos, no te hagas que no sabes lo que sabes, no retrases más mi tiempo de empezar a morir.
   --Empezaste a morir desde que naciste.
   --Ya lo sé, pero ahora iré más rápido.
   Y Dios continuó con la segunda cuestión:
   --En tu nombre será fundada una iglesia que será extendida por todo el mundo, y se llamará "católica".
   --Te he preguntado por el futuro.
   --Pues del futuro te estoy hablando.
   --Lo que quiero saber es cómo vivirá la gente que me siga, que crea en mí, si serán más felices o qué. Dímelo.
   --Tendrán la "esperanza" de una felicidad allá en el cielo, o sea, tendrán la esperanza de vivir eternamente conmigo.
   --¿Nada más?
   --¿Qué más quieres? ¿Te parece poco vivir con Dios en el Cielo?
   --Quiero saber más -dijo Jesús casi con violencia-. ¿Cuánto de muerte y sufrimiento va a costar tu victoria  para que tu influencia se propague por todo el mundo?
   ---Par empezar, tu amigo más querido, el pescador Simón, a quien llamarás Pedro, será como tú, crucificado, pero cabeza abajo, y crucificado también será Andrés, pero en una cruz en forma de aspa. Y al hijo de Zebedeo, a ese que llaman Tiago, lo degollarán, y Juan y María de Magdala, morirán de muerte natural. Pero tendrás otros amigos, discípulos y apóstoles como los otros que no se escaparán del suplicio: es el caso de un tal Felipe, amarrado en la cruz y apedreado hasta morir; un Bartolomé, que será pelado vivo; un Tomás, a quien matarán con una lanza; un Mateo, que ahora no recuerdo cómo morirá; otro Simón, que será cortado por la mitad con una sierra; un Judas, que morirá a mazazos; otro Tiago, apedreado; un Matías, degollado con un hacha; y también Judas de Iscariote, pero de éste tú acabarás sabiendo más que yo, ahorcado con sus propias manos en una higuera.
   --¿Todos éstos tendrán que morir por ti?
   --Si lo quieres poner de esa manera, sí.
   --¿Y después? Quiero que me lo digas todo.
   Dios suspiró y, en el tono monocorde de quien ha preferido adormecer la piedad y la misericordia, comenzó la letanía, por orden alfabético para evitar problemas de precedencias:
   --Adalberto de Praga, muerto con una alabarda de siete puntas; Adriano, muerto a martillazos sobre un yunque; Afra de Ausburgo, muerta en la hoguera; Agapito de Preneste, muerto en la hoguera, colgado por los  pies; Agrícola de Bolonia, muerto crucificado y atravesado por clavos; Águeda de Sicilia, muerta con los senos cortados; Alfegio de Cantuaria, muerto de una paliza; Anastasio de Salona, muerto en la horca y decapitado; Anastasia de Sirmio, muerta en la hoguera y con los senos cortados; Ansano de Sena, a quien arrancaron las vísceras; Antonino de  Pamiers, descuartizado; Antonio de Rívoli, muerto a pedradas y quemado; Apolinar de Rávena, muerto a mazazos; Apolonia de Alejandría, muerta en la hoguera después de arrancarle los dientes; Augusta deTreviso, decapitada y quemada; Aura de Ostia, muerta ahogada con una rueda de molino al cuello; Áurea de Siria, muerta desangrada, sentada en una silla forrada de clavos; Auta, muerta a flechazos; Babilas de Antioquía, decapitado; Bárbara de Nicomedia, decapitada; Bernabé de Chipre, muerto por lapidación y quemado; Beatriz de Roma, estrangulada; Benigno de Dijon, muerto a lanzazos; Blandina de Lyon, muerta a cornadas de un toro bravo; Blas de Sebaste, muerto por cardas de hierro; Calixto, muerto con una rueda atada al cuello; Casiano de Ímola, muerto por sus alumnos con un estilete; Cástulo, enterrado en vida; Catalina de Alejandría, decapitada; Cecilia de Roma, degollada; Cipriano de Cartago, decapitado; Ciro de Tarso, muerto, niño aún, por un juez que le golpeó la cabeza en las escaleras del tribunal; Claro de Nantes, decapitado; Claro de Viena, decapitdo; Clemente, ahogado con un ancla al cuello; Crispín y Crispiniano de Soissons, decapitados; Cristina de Bolsano, muerta por todo cuanto se pueda hacer con  muela de molino, rueda, tenazas, flechas y serpientes; Cucufate de Barcelona, despanzurrado... 
   Y al llegar al final de la letra "C", Dios dijo:
   --Más adelante es todo igual, o casi, son ya pocas las variaciones posibles, excepto las de detalle, que, por su refinamiento, serían muy largas de explicar, quedémonos aquí. 
   --Continúa -dijo Jesús. 
   Y Dios continuó, abreviando en lo posible: 
   --Donato de Arezzo, decapitado, Elifio de Rampillon, le cortarán la cubierta craneana, Emérita, quemada, Emilio de Trevi, decapitado, Esmerano de Ratisbona, amarrado a una escalera y muerto, Engracia de Zaragoza, decapitada, Erasmo de Gaeta, también llamado Telmo, descoyuntado por un cabrestante, Escubíbulo, decapitado, Esquilo de Suecia, lapidado, Esteban, lapidado, Eufemia de Calcedonia, le clavarán una espada, Eulalia de Mérida, decapitada, Eutropio de Saintes, cabeza cortada de un hachazo, Fabián, espada y cardas de hierro, Fe de Agen, degollada, Felicidad y sus Siete Hijos, cabezas cortadas a espada, Félix y su hermano Adauto, ídem, Ferreolo de Besancon, decapitado, Fiel de Sigmaringen, con una maza erizada de púas, Filomena, flechas y áncora, Fermín de Pamplona, decapitado, Flavia Domitila, ídem, Fortunato de Évora, tal vez ídem, Fructuoso de Tarragona, quemado, Gaudencio de Francia, decapitado, Gelasio, ídem más cardas de hierro, Gengulfo de Borgoña, cuernos, asesinado por el amante de su mujer, Gerardo de Budapest, lanza, Gedeón de Colonia, decapitado, Gervasio y Protasio, gemelos, ídem, Godeliva de Ghistelles, estrangulada, Goretti, María, ídem, Grato de Aosta, decapitado, Hermenegildo, hacha, Hierón, espada, Hipólito, arrastrado por un caballo, Ignacio de Azevedo, muerto por los calvinistas, estos no son católicos, Inés de Roma, desventrada, Genaro de Nápoles, decapitado tras lanzarlo a las fieras y meterlo en un horno, Juana de Arco, quemada viva, Juan de Brito, degollado, Juan Fisher, decapitado, Juan Nepomuceno, de Praga, ahogado, Juan de Prado, apuñalado en la cabeza, Julia de Córcega, le cortarán los senos y luego la crucificarán, Juliana de Nicomedia, decapitada, Justa y Rufina de Sevilla, una en la rueda, otra estrangulada, Justina de Antioquía, quemada con pez hirviendo y decapitada, Justo y Pastor de Alcalá de Henares, decapitados, Killian de Würzburg, decapitado, Léger de Autun, ídem, después de arrancarle los ojos y la lengua, Leocadia de Toledo, despeñada, Lievin de Gante, le arrancarán la lengua y lo decapitarán, Longinos, decapitado, Lorenzo, quemado en la parrilla, Ludmila de Praga, estrangulada, Lucía de Siracusa, degollada tras arrancarle los ojos, Magín de Tarragona, decapitado con una hoz de filo de sierra, Mamed de Capadocia, destripado, Manuel, Sabel e Ismael, Manuel con un clavo de hierro a cada lado del pecho, y otro clavo atravesándole la cabeza de oído a oído, todos degollados, Margarita de Antioquía, hachón y peine de hierro, Mario de Persia, espada, amputación de las manos, Martina de Roma, decapitada, los mártires de Marruecos, Berardo de Cobio, Pedro de Gemianino, Otón, Adjuto y Acursio, degollados, los del Japón, veintiséis crucificados, lanceados y quemados, Mauricio de Agaune, espada, Meinrad de Einsiedeln, maza, Menas de Alejandría, espada, Mercurio de Capadocia, decapitado, Moro, Tomás, ídem, Nicasio de Reims, ídem, Odilia de Huy, flechas, Pafnucio, crucificado, Payo, descuartizado, Pancracio, decapitado, Pantaleón de Nicomedia, ídem, Patroclo de Troyes y de Soest, ídem, Paulo de Tarso, a quien deberás tu primera iglesia, ídem, Pedro de Rates, espada, Pedro de Verona, cuchillo en la cabeza y puñal en el pecho, Perpetua y Felicidad de Cartago, Felicidad era la esclava de Perpetua, corneadas por una vaca furiosa, Pia de Tournai, le cortarán el cráneo, Policarpo, apuñalado y quemado, Prisca de Roma, comida por los leones, Proceso y Martiniano, la misma muerte, creo, Quintino, clavos en la cabeza y en otras partes, Quirino de Ruan, cráneo serrado por arriba, Quiteria de Coimbra, decapitada por su propio padre, un horror, Renaud de Dormund, maza de cantero, Reine de Alise, gladio, Restituta de Nápoles, hoguera, Rolando, espada, Román de Antioquía, lengua arrancada, estrangulamiento...
   --¿Aún no estás harto? -preguntó Dios a Jesús. 
   Y Jesús respondió:
   --Esa pregunta deberías hacértela a ti mismo, continúa. 
   Y Dios continuó: 
   --Sabiniano de Sens, degollado, Sabino de Asís, lapidado, Saturnino de Tolosa, arrastrado por un toro, Sebastián, flechas, Segismundo, rey de los Burgundios, lanzado a un pozo, Segundo de Asti, decapitado, Servacio de Tongres y de Maastricht, muerto a golpes con un zueco, por imposible que parezca, Severo de Barcelona, un clavo en la cabeza, Sidwel de Exeter, decapitado, Sinforiano de Autun, ídem, Sixto, ídem, Tarsicio, lapidado, Tecla de Iconio, amputada y quemada, Teodoro, hoguera, Tiburcio, decapitado, Timoteo de Éfeso, lapidado, Tirso, serrado, Tomás Becket, con una espada clavada en el cráneo, Torcuato y los Veintisiete, muertos por el general Muza a las puertas de Guimaräes, Tropez de Pisa, decapitado, Urbano, ídem, Valeria de Limoges, ídem, Valeriano, ídem, Venancio de Camerino, degollado, Vicente de Zaragoza, rueda y parrilla con púas, Virgilio de Trento, otro muerto a golpes de zueco, Vital de Rávena, lanza, Víctor, decapitado, Víctor de Marsella, degollado, Victoria de Roma, muerta después de arrancarle la lengua, Wilgeforte, o Liberata, o Eutropía, virgen, barbada, crucificada, y otros, otros, otros, ídem, ídem, ídem, basta...
   --No basta -dijo Jesús-, ¿a qué otros te refieres?
   --Es una historia interminable... habrá guerras y matanzas.
   --De matanzas estoy informado yo, que hasta pude haber muerto en una de ellas.
   --Pero yo te salvé la vida.
   --Me salvaste la vida para hacerme morir cuando te parezca y convenga, es como que me mataras dos veces.
   --No tengo palabras suficientes para contarte todas las mortandades, carnicerías, cruzadas, y la inquicisión.
   Y Dios se levantó, y en una forma rápida como de quien ya se va, le dijo:
   --Mandaré a un hombre llamado Juan para que te ayude, pero tienes que convencerlo de que eres quien dirás ser.
   Y se marchó.
   Cuando Jesús ya venía saliendo del desierto, vio a lo lejos mucha gente reunida, y hasta casitas hechas con mantas que, no siendo de ahí y sin tener donde dormir, se habían visto obligadas a hacerlas.
Simón y Andrés, y Tiago y Juan, salieron a su encuentro. Y Simón gritó:
   --¿Dónde has estado?
   --Aquí en el desierto -gritó Jesús.
   --¿Sabes cuánto tiempo has estado en el desierto?
   --Todo el día -contestó Jesús.
   --Todo el día... cuarenta días -dijo Simón-. ¿Qué hiciste esos cuarenta días que ni un solo pez pudimos pescar?
   --Estuve con Dios -contestó en voz baja Jesús.
   --¿Qué te dijo?
   --Que soy su hijo.
   --Entonces aquel diablo tenía razón. Te acuerdas cuando lo de los cerdos en Gadara.
   --Sí. A partir de hoy todas mis palabras serán de Dios.
   --¿Vas a decirle a la gente que eres el hijo de Dios?; eso es lo menos que puedes hacer -exclamó Simón.
   --Diré que mi Padre me llamó Hijo, y que les manda arrepentirse de sus pecados.
   --Entonces déjame eso a mí -dijo Simón.
   Y acto seguido, gritó:
   --¡Hosanna!, llega ante ustedes el Hijo de Dios, que estuvo cuarenta días en el desierto con el Padre, y ahora viene a nosotros para que nos arrepintamos y nos preparemos.
   Jesús se trepó a un peñón, y gritó:
   --¿Dónde está María?
   No era María su madre, sino María la de Magdala. La vio en el mismo momento en que hacía la pregunta:
   --¡Aquí estoy, mi Jesús!
   --Ven a mi lado; y también que vengan Simón y Andrés, hijos de Alfeo, y también Tiago y Juan, los hijos de Zebedeo, éstos son los que me conocen y en mí creen. Todos ustedes deben arrepentirse antes de que el diablo venga a recoger las espigas podridas de la cosecha que Dios lleva en su regazo.
   De entre la multitud se adelantaron unos hombres; detrás, aunque no muy cerca, unas mujeres, que de la mayor parte no llegamos a saber los nombres, pero da lo mismo, pues casi todas son Marías.

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