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Wednesday, June 27, 2012

JESÚS Y SU GRAN REVOLUCIÓN ESPIRITUAL

La gente de Galilea esperaba de una voz que les supiera enseñar otra religión más amorosa y solidaria que la oficialista llegada de Jerusalem.
   Cuando Jesús empezó su predicación y le acreditaban algunos milagros, la gente pensaba que el Nazareno vivía en una esfera inaccesible al resto de la humanidad. Se decía que conversaba con Moisés y Elías en las montañas, que en sus momentos de soledad los ángeles venían a rendirle homenaje y establecía una conexión sobrenatural entre él y el cielo.
   El título de Mesías se lo dejaba dar con placer, pero por la humildad de su nacimiento, le producía cierto embarazo. El título para él era Hijo del Hombre. También lo usaba como sinónimo del pronombre "yo".
   Era un hombre como los demás, nunca un "supermán" dotado de grandes poderes.
   Cuando este hombre Jesús se pinchaba acusaba el dolor, se cansaba en las largas caminatas, sentía hambre dos o tres veces al día, necesitaba beber con la misma frecuencia que sus discípulos y se hallaba a merced de todas las debilidades de los seres humanos.
   El orgullo de la sangre le parece el enemigo capital al que hay que combatir, por lo tanto, no es judío.
  • Proclama los derechos del hombre, no los derechos del judío.
  • Proclama la liberación del hombre, no la liberación de los judíos.
  • El Templo carece ya de razón de ser.
  • Es revolucionario en el más alto grado.
   Así como Dios había permitido que todo el Universo, la Tierra y lo vivo evolucionara con mayor o menor lentitud, en lugar de crearlo como lo conocemos hoy día, dejó que su Hijo se formara por sí mismo.
   Jesús no enuncia en ningún momento la sacrílega idea de que sea Dios. Se cree en relación directa con Dios, se cree Hijo de Dios. La consciencia más elevada que de Dios haya existido en el seno de la humanidad ha sido la de Jesús.
   Es superior a David, a Abraham, a Salomón, a los profetas. No sabemos bajo que forma ni en qué medida se producían estas afirmaciones.
   No ha tenido visión, se siente con Dios, no lo ve, pero lo escucha, nunca menciona de que sea Dios, se cree, simplemente, su Hijo.
   A partir de él la "ley" ya no existe. "No se mezcla vino nuevo con vino viejo, ni se pone remiendo nuevo en ropa vieja", dijo alguna vez.
   La ley sería abolida; él la abolirá. El Mesías ha llegado; él lo es. El reino va a revelarse muy pronto; se revelará gracias a él. Sabe bien que será víctima de osadía; pero el reino no puede ser conquistado sin violencia.
   Se creía Hijo de Dios y no hijo de David. Su Reino celestial nada tenía en común con el recuerdo de David que obsesionaba a la mayor parte de los judíos. "Se llamará el Reino de Dios", habrá dicho. Fue su término favorito para expresar la revolución que ignaguraba en el mundo. Una idea absolutamente nueva, la idea de un culto basado en la pureza del corazón y en la fraternidad humana, entraba en el mundo.
   El advenimiento del Reino tendrá lugar gracias a una gran y súbita revolución. El mundo parecerá invertido: los primeros serán los últimos y los últimos los primeros. El bien y el mal se encuentran mezclados, como el trigo y la cizaña en el campo, crecen juntos, pero llegará el momento de la violenta separación.
   Será, también, como una red que trae pez bueno y pez malo..., o como la levadura..., o como el grano de mostaza.
   Lo que es grande para los hombres es abominable para Dios. Los fundadores serán los sencillos. Ni los ricos, ni los doctores, ni los sacerdotes; sino, los hombres del pueblo, los humildes...
   La gran señal del Mesías es la "buena nueva" anunciada a los pobres.
   La primera condición para ser discípulo perfecto será vender los bienes y entragar su valor a los pobres, los que se echan para atrás no entrarán en la comunidad.
   "Hagan tesoros en el cielo", diría. "Dar al pobre es prestar a Dios", pensaría. "Se perdonará al rico sólo si es mal visto por la sociedad" (así como Zaqueo).
   Qué sangriento debió ser para la gente que obraba con rectitud y moral rígida el reproche de no haber seguido el buen ejemplo de las prostitutas.
   No ha tenido ninguna visión; Dios no le habla como a cualquiera que está fuera de él; Dios está en él; se siente con Dios y extrae de su corazón cuanto dice de su Padre. Vivió en el seno de Dios gracias a su constante comunicación; no lo ve, pero lo escucha, sin que le sea necesario trueno ni zarza en llamas, como a Moisés; tempestad reveladora, como a Job; o ángel Gabriel, como a Mahoma.
   El convencimiento de que haría reinar a Dios se apoderó de su espíritu de una manera absoluta.
   Su idealismo trascendente no le permitió nunca tener una noción clara de su propia personalidad: él es el Padre, y su Padre es él. Él vive en sus discípulos; en todas partes está con ellos; sus discípulos son "uno"; como son uno él y el Padre. La idea para él lo es todo; el cuerpo, base de las diferencias personales, no es nada.
   El Padre le ha entragado toda facultad. Tiene derecho, incluso, a cambiar el "día de reposo".
   Hay que recordar que tanto en su evangelio como en el de sus oyentes, ninguna idea de las leyes naturales venía a señalar el límite de lo imposible.
   La Naturaleza le obedece; pero también le obedece a cualquiera que crea y ore; la fe lo puede todo.
   Jesús nunca pudo haber sido Dios encarnado. Porque, cómo puede ser "Dios encarnado" un hombre que: es tentado, ignora muchas cosas, se corrige, cambia de opinión (Mt. 10:5 com. 28:19), (la sirofenicia); está abatido, desalentado, pide a su Padre que le ahorre sufrimientos, está sometido a Dios como un hijo.
   La indomable libertad del solitario debía coronar aquella carrera inquieta y atormentada con el único final de ella: la muerte.

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