Un día que se acercaba la celebración de la Pascua, Jesús decidió irse unos días antes para conocer bien la ciudad de Jerusalem. La única "brújula" que tenían era el Río Jordán: sabían que yéndose río abajo, cuando ya aparecía el Mar Muerto, sólo se desviaban a la derecha, pasaban por Bethania, y ya llegaban a Jerusalem.
A medio camino, Jesús vio a unos obreros que recogían la uva ya madura en una viña, y como tenía todo el tiempo, decidió quedarse a trabajar algunos días. Saludó a los trabajadores y les preguntó por el capataz; le señalaron a un hombre alto y fuerte que cortaba unos racimos de uva a lo lejos.
--Buenos días. La paz sea contigo -le dijo Jesús con toda dulzura.
El capataz levantó su cara sucia y toda sudada y lo miró:
--¿Qué quieres? -preguntó.
--Trabajo -dijo Jesús.
El capataz lo vio de pie a cabeza y le dijo:
--Puedes empezar por aquella viña; toma el cuchillo que está a lado de esa carretilla y comienza.
Y Jesús así lo hizo. Llegó el medio día y se sentía aquel sol que ardía; los demás trabajadores sudaban y se defendían del montón de mosquitos que los atacaban en la cara y en todo el cuerpo. El capataz, de vez en cuando, ojeaba a los trabajadores, y mirando a donde había puesto a trabajar a Jesús, sonreía satisfecho: "Sí, es un buen trabajador" -se decía. Llegó la hora de almorzar; llegó la comida, Jesús se sentó de último, y sin disimular su hambre, comió alegremente. Cuando llegó la hora de regresar al trabajo, Jesús fue el primero que se levantó; el capataz sólo lo miró. Al final del día de la jornada, Jesús meditaba y daba gracias por aquel día de trabajo al Padre Celestial.
Cinco días se quedó trabajando en aquella viña. Al atardecer del quinto día, se presentó ante el capataz y le dijo:
--Buen hombre, gracias por haberme dado trabajo y alimento, mañana al amanecer tengo que seguir mi camino.
El capataz, sorprendido y un poco enojado le contestó:
--Reconozco tu buen trabajo, pero la semana no ha terminado, y no te pagaré si no la completas junto a los demás.
Jesús, con su mirada dulce y penetrante, le contestó:
--No me acuerdo que te haya pedido algún pago, te pedí trabajo y me lo diste. Los dos hemos cumplido, soy libre de todo compromiso y me voy.
--Pero, ¿despreciarás el dinero que te mereces por los días trabajados? -preguntó sorprendido el capataz. Y añadiendo, dijo: Si te vas ahora, nada cobrarás, tienes que terminar semana como los demás.
--Ya te dije que no me debes nada, porque nada más trabajo te pedí -dijo Jesús.
--No me digas que desprecias el dinero, fruto del trabajo -replicó enojado el capataz.
Y Jesús le dijo:
--Hay que vivir para ser, y no para tener. Yo tengo que llegar a ser para que otros que no son nada, tengan.
Y se marchó.
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